FARO DE VIGO
escrito por Eduardo Prieto Casares
domingo, 14 de junio de 2009
Los españoles tenemos fama de bullangueros, de gritar en las tertulias deportivas, de pisar las palabras del contrincante en las norias televisivas; vamos a lo nuestro, sin escuchar al interlocutor, convirtiendo los esperados debates políticos en tediosos monólogos: déjame hablar, te lo puedo decir todavía más alto, pero no más claro; no voy entrar en lo has dicho, pero tengo que decirte una cosa; no me grites, que me voy…
Cuando era pequeño solía hablar por los codos, por lo que mi abuelo me advertía con frecuencia: ¡Cállate, niño! que en boca cerrada no entran moscas. La gente importante, con autoridad, suele hablar poco. Buda lleva un montón de años sentado; mirándonos con su sonrisilla, cómplice, controlando la tercera parte de la humanidad, sin decir esta boca es mía. Jesús de Nazaret predicó la Buena Nueva durante tres años, pero pasaron ya más de 2000 y ahí sigue, colgado de la cruz, sin decir nada nuevo. La Esfinge de Gizeh continúa majestuosa, hierática, sola, sin descubrirnos su misterio.
El silencio es figura en la música y puntúa en la escritura. En el silencio interior, fluyen, los suspiros del alma. No te dejes llevar por los cánticos de las sirenas, placenteros engaños, te perderás la letra del quehacer de tu vida y la música del tenue devenir de la naturaleza.
Hay gente que habla con los ojos, cargando la ceja, sin necesidad de despegar los labios. Otros hablan y hablan sin parar, dando vueltas y más vueltas a la noria, recorriendo el mismo círculo, sin aportar nada nuevo: sólo palabras hueras, sin sustancia. Los oficiales del ejército tienen las cantinas separadas de la tropa, con el fin de conservar el halo de autoridad que brilla en las puntas de sus estrellas. Los jefes no acuden a las cantinas: los mandos se deben a la soledad de sus decisiones. “Puede guardar silencio” –le informa de sus de sus derechos, el policía a un detenido.
Al largo de la historia, las ingeniosas máquinas de aplicar tormento en las mazmorras, en los calabozos y comisarías de unos y de otros, la aplicación del fuego, la tortura psicológica, todo valió con el propósito de entrar en la intimidad de las personas, caídas en desgracia, para robarles el silencio.¡Quiero hablar!
Habla, habla… puedes hacerlo, sin embargo, si lo que vas a decir hoy, lo desdices mañana o, si tus hechos no van acordes con lo que proclamas, vas a arruinar el prestigio de hombre de palabra, derivando en un pobre charlatán de feria, al que sólo escuchan los tontos de siempre. Piensa que, al hablar, quedan manifiestas tus debilidades, escupiendo palabras vas perdiendo tu credibilidad. El enemigo está al acecho.
¿No te estás vendiendo al diablo como una gallina que cacarea, después de poner un huevo, triunfante del milagro, sin pensar en el zorro, que puede aparecer, para tragarse el huevo y llevarse a la gallina? Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio, como nos recuerda el proverbio hindú. Mantén cerrada esa boquita, que el pez muere por la boca: es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras. Escucha la paz del silencio que te induce al sueño, reparador; vendrán, luego, por ti, las alas de la imaginación que te llevarán volando, tal vez, en un sueño creador. Queda dicho.
Sr. Prieto Casares, no tengo palabras, el léxico no alcanza a encontrar adjetivos para ensalzar, no ya el arte literario -exquisito-, sino la esencia misma de su contenido. Yo -es una opinión subjetiva- creo que no es usted consciente de lo acertado de cuanto ha escrito en este artículo. ¡¡ Por favor, escriba!!. Edelmiro Álvarez Grande
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