Hace poco que volamos a
tierras americanas para asistir a la boda de nuestro hijo que se celebró en un entorno lleno de belleza: un templete de
madera sobre las aguas del lago Iparacay, con el sol escondiéndose detrás de
las villas ribereñas, mientras las tímidas lenguas de fuego de las velas, que
franqueaban la pasarela, cobraban vida para iluminar el vestido blanco y
radiante de la novia (todos los invitados vestíamos de blando), momento en el
que un cantautor local, al son de su guitarra, entonaba la melodía de Mireille
Mathieu, “Recuerdos de Iparacay”, que hace años versionó Julio Iglesias: / Una noche
tibia nos conocimos / Junto al lago azul de Ipacaray / Tú cantabas triste por
el camino / Bellas melodías en guarananí /.
A un europeo recién llegado, le sorprende de esta naturaleza exuberante, el caudal de los ríos Paraná y Paraguay, éste navegable hasta Asunción; las cataratas en el parque natural de Iguazú en los límites de Brasil y Argentina; los bosques impenetrables de flora y fauna autóctona; las calvas de la selva deforestada al servicio de la ganadería extensiva con pastos abundantes y verdes todo el año; el problema sin resolver de los indígenas que, privados de sus tierras y destruido su hábitat, malviven en torno a las ciudades pidiendo limosna y ofertando su pobre artesanía como única forma de vida con los niños tirados en las calles sin escolarizar, fuera del sistema en un bucle de difícil solución; las colonias de los menonitas, pacifistas, rubios y de habla germana, unos refugiados de las guerras mundiales, otros originarios de Rusia, que viven aislados con costumbres ancestrales afines al patriarcado, dedicados a la exportación de carne de vacuno.
A un europeo recién llegado, le sorprende de esta naturaleza exuberante, el caudal de los ríos Paraná y Paraguay, éste navegable hasta Asunción; las cataratas en el parque natural de Iguazú en los límites de Brasil y Argentina; los bosques impenetrables de flora y fauna autóctona; las calvas de la selva deforestada al servicio de la ganadería extensiva con pastos abundantes y verdes todo el año; el problema sin resolver de los indígenas que, privados de sus tierras y destruido su hábitat, malviven en torno a las ciudades pidiendo limosna y ofertando su pobre artesanía como única forma de vida con los niños tirados en las calles sin escolarizar, fuera del sistema en un bucle de difícil solución; las colonias de los menonitas, pacifistas, rubios y de habla germana, unos refugiados de las guerras mundiales, otros originarios de Rusia, que viven aislados con costumbres ancestrales afines al patriarcado, dedicados a la exportación de carne de vacuno.
Llama
la atención, y me alegro por ello, que el idioma guaraní lo utilice el 80% de
la población: Paraguay es un país bilingüe; Ecuador
y Perú también hablan el quechua; en Venezuela, a parte del castellano, se
hablan más de 20 lenguas indígenas, aunque son minoría.
Por estas latitudes, el Estado
protector y de bienestar no existe: el país quedó diezmado tras la Guerra de la
Triple Alianza por cuestiones fronterizas con Uruguay, Argentina y Brasil;
luego vinieron 35 años de abusos y de corrupción de la Dictadura del general
Alfredo Stroessner; ahora, los progresos con la democracia van despacio.
La
población se concentra en el Este del país; el Chaco boreal, al Oeste, está
prácticamente deshabitado. En este país campa el laissez-fair, laissez-passer del liberalismo en muchos de los
aspectos de la vida: unos pocos cada vez son más ricos, mientras que los pobres
tiene pocas oportunidades para prosperar; por las calles se mezclan los coches
caros de alta gama con los viejos cacharros, los colectivos de los años 50, y
los coches de particulares reciclados del Japón rodeados de un enjambre de
motocicletas, en una ciudad donde predominan las viviendas unifamiliares que
creció a lo largo y ancho del llano de la ribera del río Paraguay; no se ven
los peatones caminando por las aceras, porque no están adecuadamente urbanizadas;
la gente se entretiene sorbiendo el mate que les aliviará de bochorno, lo toman
a todas horas y en todas partes; no hay apenas pasos de cebra, el automóvil
invade el espacio urbano; ni alcantarillas, que traguen los aguaceros. Los
paraguayos no llegan a disfrutar de una tercera edad: las medicinas son caras y
la sanidad preventiva está en ciernes. Aun así, la esperanza de vida ronda los
70 años; el crecimiento vegetativo es alto.
Los
“Shoppings” son como oasis para la clase pudiente. La gente sencilla está
pegada a viejas creencias y costumbres. La carne en las churrasquerías y rodicios es un plato delicioso, sin embargo, hay cosas que chocan con la mentalidad
europea: "la sopa", es un bollo sólido de harina de
maíz, aceite, huevos y leche; cuando se habla del tratamiento de quimio o de radioterapia se utiliza el eufemismo "la vacuna para curar la infección". Pero lo dicho arriba contrasta con los datos económicos más recientes: Paraguay, integrado
en Mercosur, es el primer exportador mundial de electricidad, el sexto
productor de soja y uno de los primeros exportadores de carne de vacuno. Este
bello país, a pesar de la lacra endémica de la corrupción que ahora castigan
las leyes democráticas, está saliendo adelante.