La Presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha propuesto recoger velas en la enseñanza de su Comunidad, con el fin de hacer frente a las turbulencias en las aulas, tratando de evitar que la enseñanza navegue a la deriva, a merced de los pasotas y violentos. En Galicia pasa más de lo mismo. El 25% de los alumnos, muchos de ellos obligados a enrolarse en la ESO, no llegarán a buen puerto, al final de la singladura, inadaptados a la derrota marcada en la carta de navegación. Hablamos aquí de los alumnos PIL (los que promocionan por imperativo legal), los cuales, mientras siguen a bordo, objetores a la educación y al esfuerzo, náufragos, perdidos en la maraña de asignaturas del sistema, se entretienen, calentando la silla y, con la cabeza huera, conspiran para que, con ellos, también se hunda el barco.
Su primer objetivo es el capitán, maestro en navegar por mares picados, pero, a ojos de los saboteadores, un ser desamparado, sin poder contar con la familia, desestructurada, de estos jóvenes malcriados. Se escuchan gritos y peleas: ¡rebelión a bordo! El capitán, desarmado, sólo con el poder de la palabra, acude, solícito, a imponer orden. Tarea harto difícil: el adolecente PIL, en la edad del pavo, en la que se le sube el moco, arrogante, en la etapa del no, con las hormonas a flor de piel, pero con la autoestima por los suelos por no saber qué hacer con su bigote incipiente y el acné que afea su cara, cosido de piercings y arropado con la indumentaria de su tribu amenaza al indefenso maestro, que le mira, atónito, escondido detrás de sus lentes: ¡No me mires… ni me toques que te denuncio! Ya sé dónde aparcas tu coche, como se lo diga a mi padre o a mis amigos… Que soy menor, que me ampara la ley, ¡qué te enteres…!
Hace unos días, el maestro, en la soledad de su camarote, pensando como motivar a estos alumnos que abandonan prematuramente los estudios, recibe un mensaje de auxilio de parte de la Comandancia: ánimo, capitán, que su lugar sigue en el puente de mando, ahora no le vamos a subir el sueldo, pero sí le queremos poner sobre una tarima: desde lo alto de este púlpito, podrá intentar apaciguar y adoctrinar a las huestes de adolescentes, a su cargo.
La aviación enemiga de aerodinámico diseño papirofléxico no tendrá su objetivo tan fácil: desde esa atalaya sabré de dónde vienen los tiros, por si los quiero esquivar; a esta tarima, piensa el maestro, con ironía, se le podría añadir una mampara, por si fueran necesarias otras medidas de autoprotección.
Pero el docente adoctrinado desde púlpitos y estrados en la escuela de la vara de avellano, no echa de menos la tarima. Son otras las necesidades a cubrir y otros los apoyos. Su labor la desarrolla entre las mesas de los alumnos, partidario de la enseñanza individualizada, acompaña y se implica en los problemas de aprendizaje de cada alumno. No suele sentarse ni menos piensa subirse a un estrado, para impartir clases magistrales a los chicos de la ESO.
Además de estas barreras físicas, su encomiable labor será respaldada con la Ley de Autonomía del Profesor, por la que usted será investido de Autoridad, que dará, a su labor de argonauta, más empuje y nuevos bríos, dicen los políticos, ajenos a lo se cuece en las aulas.
E maestro sabe que una broma del destino le está obligando a navegar a barlovento: las leyes de la democracia se han inflado de libertad y de derechos; de aquellos aires, vienen estos torbellinos, en los que se han volatizado el respeto, la responsabilidad, los deberes y la cultura del esfuerzo.
Impresiones de un pedagogo: en Grecia, el siervo que acompañaba a los niños a la escuela.
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