martes, 30 de agosto de 2011

Vencer y convencer


Vencer puede ser fácil: con la suerte a nuestro lado y algunos errores del árbitro, hace poco se ganó un partido que se presentaba complicado; con armas y fuerza bruta, se gana una guerra, pero vencer no es convencer. La espada vence, sin más argumentos que el manejo diestro de la misma; la palabra, por el contrario, se fundamenta en razones y, por tanto, convence: “Venceréis, pero no convenceréis”, advertía don Miguel de Unamuno a los nacionales, fascistas, que iban ganando la Guerra en el Paraninfo de Salamanca.

El poder de la palabra, duradero y estable, terminará por convencer a la violencia –cobarde, cruel e injusta– de su inutilidad. La injusticia y violencia no pueden perpetuarse en el pódium conquistado por la fuerza, porque su aparente robustez se irá debilitando, perdiendo las razones de ser y desmoronándose como el grano que mana por el roto de un costal, aunque, aparentemente, aparezca por arriba atado y bien atado, como presumía el General del futuro de su Régimen.

Por el contrario, el poder de la palabra, que surge y se nutre de argumentos y, a veces, de las razones del corazón, como diría el filósofo, se amolda al interlocutor y, viéndose en el espejo de su empatía, su poder se refuerza, perdurando estable en el tiempo, ajeno a los vaivenes de ideologías e intereses oportunistas. Su poder, que surge del diálogo, puede llegar a convencer, que es mucho; frente al vencer con las armas, que es muy poco, por efímero y ganancia pírrica.

El pueblo tiene el poder de la palabra: en el ágora, en sus asambleas, con propuestas de nuevas alternativas que surgen espontáneas en las plazas de nuestras ciudades con el fin de restañar los vicios abiertos en el sistema o haciendo propias las palabras de nuestros representantes, debatiendo en el Parlamento proyectos de leyes, que podamos apoyar o rechazar con un Sí o un No en un referéndum o cuando nos inclinamos por el color de una papeleta para el Parlamento, santa sanctorum de la palabra.   

La espada, sin embargo, como cuerno seco de macho cabrío alfa, desalmado y frío, impone su voluntad a topetazos para derribar a los competidores y proclamarse rey y padre del 'cotarro', mientras berrea su aparente poderío asentado en pies de barro: poder caduco y sin sosiego, día y noche en vigía desde la atalaya solitaria del poder, observando a su pueblo, convertido en rebaño, del que no se fía. Pueblo dispuesto a levantarse en cualquier momento y llenar las calles pidiendo el pan y la palabra. Entonces, el cuerno y la espada hieren los cuerpos y hacen enmudecen las palabras, pero un simple 'carrito de verduras en Túnez', decomisado puede aglutinar y ser el revulsivo de la resistencia de las masas oprimidas, aparentemente indefensas, al cáliz del sacrificio y la pobreza. La vergüenza de las arcas colmadas de los dirigentes, corruptos, y de su camarilla será la chispa que rápidamente se propague por la red, imparable cruzando fronteras.

La muerte del chivo está cerca; en su poltrona se entretiene en afilar sus cuernos para la embestida, por si viene otro macho que se ha crecido a usurparle el poder que desde años mantiene asentado en el delgado filo de la espada. Pero, en este caso, no saldrá victorioso de la contienda ante un río de voces pidiendo que se vaya...

Bashares, gadafis, sátrapas, nuevos fascistas e iluminados, todos los dictadores que son y han sido, aunque tengáis la espada, la pasta, el petróleo, el oro y el moro a vuestros pies, si no convencéis al pueblo de vuestra legitimidad en el ágora y en las urnas, tenéis los días contados: tiempo, al tiempo: "Historia magistra vitae est" Cicero dixit.

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