venres, 26 de marzo de 2021

La palabra frente a la espada


(Amiga, amigo para artellar un conto, sexa oral ou escrito, o maxín vai e vén na procura dun contexto que sexa acorde co discurso narrativo da palabra…, como ti e mais eu somos bilingües, o artigo de hoxe irá en castelán, espero que non che importe). 



“Quitemos la piel a la palabra”, como dijo Saramago. La palabra articulada, oral y escrita, quizás sea el rasgo más significativo que diferencia a nuestra especie del animal bruto: el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La palabra surge como atributo de nuestra condición: el hombre es un animal político, un ser sociable como ya apuntaba el filósofo. Con la palabra, conformamos nuestro pensamiento y, viceversa, el lenguaje va moldeando nuestro intelecto: el habla es un reflejo de lo que somos y sentimos. El lenguaje se copia por el oído, se articula y se multiplica en la cadena hablada, adaptándose al canal y al contexto del acto de la comunicación: las vivencias del emisor y del receptor, acumuladas en el devenir del tiempo, van quedando codificadas como bagaje del saber decir y del criterio, más o menos acertado, del opinar: expresión y contenido del lenguaje.

Vamos a desgranar la palabra de la cadena hablada en distintas situaciones. Entre otras potencialidades y virtudes, la palabra articulada está dotada de gran versatilidad: con ella, podemos seducir y dominar voluntades, infundir alegrías a un desgraciado, atemorizar a un soldado y embaucar a un jubilado con palabras malabares de rentas subordinadas o con triquiñuelas de contratos preferentes.

 Pero hay más: con la palabra se crea el mundo mágico de un niño, se consuela a un enfermo, se confiesa un pecado, se condena a un reo, que tiene el triste privilegio de decir la última palabra. Con las palabras, nos saludamos y despedimos, nos declaramos en el amor y rezamos un padrenuestro. Pero también podemos decir buenas palabras, las que salen muertas por debajo del cielo de la boca; soltar la lengua a borbotones palabras vacías; palabras musitadas al oído, hueras, palabras falsas, frías, aparentes, ambivalentes, ambiguas o medias palabras; palabras libres, palabras ociosas, palabras sesgadas; palabras disparadas: ‘¡Qué se sienten, coño!’ y la palabra que lame la espada: ‘¡Quietos todo el mundo!’ en el Sancta Sanctorum del verbo.

Palabras mágicas, palabras gruesas; picantes y santas; de oráculo, palabras al aire y palabras clave. Palabras mayores, palabritas, palabras preñadas e hipónimas (‘las palabras que quitan el hipo', sería su greguería), palabras de honor, palabras de rey: ‘¿Por qué no te callas?’ y palabras llanas: ‘¡Lo siento mucho!’

 Hay hombres y mujeres de palabra: palabras que van a misa y que firman un contrato. También los hay sin palabra, o sueltan sus palabras sin peso ni sentimiento, que se las lleva el viento de ligeras, que dicen y desdicen lo que dijeron: donde dije digo, digo Diego. Y también palabras taimadas de raposa, de portavoz con sentido diferido que se enredan en un bucle de apuntes manuscritos comprometidos y medias palabras que se filtran por un plasma, que las mejores palabras son aquellas que están por decir; cuida que tus palabras sean mejores que el silencio dice un aforismo chino.

Atracón de palabras digitales que vuelan por el aire de los WhatsApps; palabras cazadas saliendo por la mirilla del espionaje. Palabras, brotes de la primavera árabe: la palabra frente a la espada.

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