La furia de Helios, dictador del verano, se va apagando poco a poco; mientras, Cronos infatigable, montado en su caballo alado de plata, sigue dando vueltas a la noria del tiempo, soplando las hojas del calendario.
Ha llegado el otoño, autumnus, plenitud del año: pingan las castañas, los árboles se desnudan, los días menguan y las noches crecen.
La aurora, de rosados cabellos, extiende de amarillo, verde y ocre su manto sobre las viñas de Amandi despertando a los mirlos, que se levantan en vuelo, trazando senderos negros entre nubes errantes para perderse, a lo lejos, por el Cañón del Sil.
Las vendimiadoras, a las once, se dan un respiro. Os mozos pousan os cestos culeiros ó carón delas; ó primeiro, as máis atrevidas recordan aquela cantiga que falaba dun crego que se perdera cunha moza polos recunchos das viñas; logo, anímanse todos a cantar seguindo o ritmo da Roda:
"E pousa, pousa, pousa
e non me toques naquela cousa…"(*).
Otras, con un racimo de mencía en la mano, van desgranando las cuentas del año.
(*)Letra
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