Antes fue la gripe de las vacas locas; después apareció la gripe aviar Made in China; ahora, la gripe porcina mexicana, virus bautizado como H1N1 con cepas de la gripe aviar y del cerdo, una nueva gripe más contagiosa que las anteriores provocada por un bichito muy resabido, con memoria histórica de atacar al cuco, a las vacas y a los cerdos hacinados en granjas. Una azafata, por poner un ejemplo, se contagia en México D. F. sube al avión transoceánico, recorre varias veces el pasillo del air-bus, desfilando entre la gente inocente, cautiva en los estrechos asientos de segunda clase, ella se muestra diligente con los pasajeros como acostumbra hacer en su trabajo diario, se acerca e inclina a su lado, sulfatándoles los virus, mientras sonríe; dama guapa, de pasarela, ataviada con vestidito de diseño, negro…La semiente del diablo ya está fermentando en los bronquios de un turista español, de un comerciante chino filipino, de un árabe con turbante o de un nuevo rico moscovita. Dentro de pocos días, los virus se van a multiplicar en progresión geométrica por los cuatro puntos cardinales de la esfera terrestre. Ha llegado el momento de las vacas gordas de las multinacionales para forrarse con la venta millonaria de máscaras, antipiréticos e, sobre todo, de antivirales. ¡A por las dosis! cuántas más, mejor, por si acaso, non hay problema de presupuesto para los gobiernos de occidente, porque faltos de las salvadoras pastillas, aparecerían a los ojos de los votantes como inútiles figurantes de cartón. Luego oiremos a la OMS con su protocolo para tapar y legitimar el negocio de los laboratorios. ¿Cuál va a ser la siguiente gripe? Mientras esperamos a que encube e aflore la temible influencia de la trucha, un cóctel de virus mutantes, adaptados al medio acuoso, que nos va a chupar la sangre y la linfa, dejándonos secos coma bacalaos, en la piel del toro ibérico tendremos que lidiar, una vez más, con la Gripe Española, en la llevamos dos años parados en dique seco, convalecientes, en las filas del INEM: pandemia de más de cuatro millones de infectados por los ERES de la crisis bancaria, debida a la especulación, que terminó explotando la burbuja del conglomerado de un capitalismo desbocado, recibiendo los más pobres la metralla de los ladrillos rotos, dejándoles la cara mirando hacia Albacete, desorientados, con miedo hacia un futuro incierto, pero manteniéndose resignados y callados: los que más sufren son los que menos suelen quejarse. El gobierno no sabe qué receptar, no dispone de ninguna vacuna que erradique esta crisis del diablo. En la Moncloa, sin alternativa, siguen receptando aspirinas y tranquilizantes. La atonía de los agentes económicos se va llevando, cada día que pasa, el pan y la sal de muchos de los trabajadores. Pero como la esperanza es lo último que se pierde, nos queda, como última instancia, acudir a las recetas de Rouco Varela de medicina alternativa, a comprar una vela y una estampita de San Judas Tadeo, que remedia a los pobres, premiando los décimos da Lotería de los ciegos. Después de adorar tanto al becerro de oro y ver como estamos, la magia y religión acuden en nuestra ayuda: pasa los billetes de la caprichosa fortuna por la chepa de un parado de larga duración. En las puertas de la Almudena encontrarás algún tullido por llevar varios años tirado en la cera, esperando, en balde, a que el gobierno le diga: levántate e anda! Pídele el milagro al bueno de Judas Tadeo. No te vayas a confundir con el otro, el Judas Iscariote, que vendió a Jesús a las barbas de Queifás con un beso traicionero, mientras escondía, en la mano derecha, la bolsa de talentos. Por estos lares y calendas, en la era de san Cemento, estuvieron de moda las máscaras con bigotes para disimular la cara de los Queifás de la construcción, que recorrían los despachos ofreciendo a los alcaldes la mordida porcentual. Pero esto se acabó, porque ya no sale liquidez por los grifos de los bancos, y sin el líquido elemento no se pueden amasar más cementos ni más fortunas. San Cemento se murió de la enfermedad del crecimiento. Así que estamos todos parados, esperando que la gripe porcina acabe con el capitalismo, con sus gurús oficiantes y con todos sus feligreses. Me dirijo a ti, Judas Tadeo, y te “imploro hagas uso del privilegio especial que se te ha concedido, de socorrerme pronto y visiblemente, cuando casi he perdido toda esperanza. Amén.”
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